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Impresiona ver lo bien que ha envejecido Gish, el primer disco de The
Smashing Pumpkins que más papeletas debería tener para caer en el
olvido. Es impresionante porque han pasado ya 16 años y el debut de los de
Chicago conserva aún la fuerza que tuvo en su momento. También porque
deja en evidencia al último disco de Billy Corgan. Zeitgeist
trata de recuperar lo que a Gish le sobraba: potencia y sensibilidad.
Detrás de una portada horrible, Gish mostró, allá por 1991, a una promesa a punto de hacerse realidad.
El comienzo impactaba, con Chamberlin y D´Arcy rompiendo la pana en I Am One y Shiva,
las dos primeras canciones. Aquella era una sección rítmica sin
fisuras, demoledora, capaz de recordar por igual a lo mejor del hard
setentero como a los primeros devaneos indierock de los 80.
Siendo justos, es obvio que en el debut de la banda se encuentran
también algunos de los principales defectos que sus detractores achacan
a The Smashing Pumpkins. A saber: ese afán megalómano de Billy Corgan,
cierta tendencia a enmascarar la falta de gancho con un manto sonoro
perfecto y, lo que más le ha perseguido en los supuestos medios
especializados serios, el excesivo apego por el rock duro.Para algunos, aquello era un pastiche horrendo, sin pies ni cabeza.
Pero, mirándolo desde la perspectiva del adolescente en busca de nuevos sonidos, resultaba imposible que no te guste.
¿Querías canciones sensibles? Las había, y muy buenas (Crush, muy hermosa; Rhinoceros, fabulosa en sus contrastes; Daydream,
con D´Arcy aportando aún más calidez). Estaba además la voz dulcísima
de Corgan, contraste perfecto para la apisonadora que, casi en cada
canción, te pasaba por encima.
Mirándolo hoy en día, da gusto volver a encontrarse con Gish. Y si caíste con él, caíste con todos los demás.
